EL Sicoanalista Marcelo Viñar diría que es un antídoto frente a las Fracturas de la Memoria, que suele ser nuestra defensa frente a la llegada de lo traumático.
A Max, el protagonista principal del libro, le empiezan a ocurrir cosas inquietantes y sorprendentes que lo desalojan, primero de la experiencia de habitar en un mundo previsible, para terminar desalojándolo, con parte de su familia del lugar que guarda sus raíces.
En su caminar por las páginas, nos conduce al encuentro con lo que irrumpe y sacude la calma de la vida cotidiana. Se produce un efecto transformacional, describe desde sus pequeños zapatos la ruptura que lo impactó.
La irrupción de lo inesperado que transforma lo externo y lo interno marca la impronta del libro. Se genera un impacto en la sensibilidad y en la estructura cognitiva; ¿cómo volver comprensible y explicable una experiencia tan contundente como inquietante?
El imperativo para Max es adaptarse a algo desconocido, ¿cómo dotarlo de sentido?, ¿cómo semantizarlo?
Durante el cuento Max lucha con sus posibilidades de comprensión, se interroga permanentemente, busca respuestas entre sus pares y en los adultos referentes. A pesar de no recibir las respuestas esperadas, se mantiene andando, curioso e inquisidor. Busca, y transgrede la barrera de lo prohibido, lo vemos transformarse, y crecer frente a la adversidad. En todo el relato se ejemplifican escenas transformacionales, de contundentes aprendizajes;
• Lucha por satisfacer su necesidad de reencuentro con lo familiar y lo previsible.
• Las tazas que aparecen en el cuento, son un común denominador que escenifica la lucha por mantenerse estable, frágiles e invulnerables, guardan memoria y guardan enigmas, garantizan permanencias, continuidades, atesoran pistas.
La madre de Max aparece como modelo de resistencia activa, conserva su capacidad de vida, su buen humor y sus ganas de ofrecer chocolate.
La mamá juega y se divierte a pesar de la preocupación. No todo es ajeno, inquietante y amenazante.
En el libro es muy ilustrativa la secuencia transformacional de Otto, uno de sus dos amigos, que no obstante su parte militar y su uniforme, conserva la capacidad del guiño cómplice que salva a Max.
El polo incluido-excluido empieza a tensarse, ¿Quiénes somos?, ¿en qué nos vamos convirtiendo? se muestran con mucha claridad en el desarrollo de la historia. La música que inicialmente divierte, se va convirtiendo en algo intimidante, el miedo llega. Se observa una fragmentación de la experiencia de cohesión a partir de la palabra prohibido.
Cuando en una hermosa escena Otto, investido con el uniforme y por tanto con el poder, descubre a Max escondido, reaparece el puente familiar, lo íntimo, lo cómplice, la guiñada que pone a salvo al amigo.
Es un reencuentro fugaz con la experiencia de proximidad, el puente, lentamente va llegando la toma de conciencia de una nueva realidad, la del riesgo, la del horror, lo amenazante que anuncia, en el mejor de los casos, una migración no deseada, una expulsión del espacio propio y de lo familiar.
El abrazo con sus padres es una experiencia que lo devuelve a la fe en sus vínculos.
Max aprende de sus mayores la importancia de mantenerse pensantes ante la adversidad, encarar la vida con valentía y manejar alternativas de acción, para finalmente inventarse un puente posible a una nueva vida.
Algo de lo que era no podrá nunca ser devastado, tan frágil y tan fuerte como una taza, coherente en su militancia de ofrecer continencia.
La taza sobrevive a los avatares, permanece siendo lo que fue, símbolo de terquedad inquebrantable, de sobrevida y de homenaje a la lista de quienes la disfrutaron y la legaron en herencia.
El libro, primero de una serie, es a la vez un todo en sí mismo y constituye una herramienta pedagógica de primer nivel, muy útil para extrapolar a otras realidades contemporáneas.
Ana Mosca
Maestra y Psicóloga